jueves, 26 de junio de 2014

A lo que no fue.

Se miran y ella es consciente de que no va a poder aguantar mucho más.
Entiende lo que la quiere decir con la mirada, cómo la mira los labios, cómo sonríe cuando piensa que no le ve.
Cuando se miran a los ojos, parece que nada más importa, que todo es mucho mejor, que el mundo se para sólo para ellos.
Se gritan, se gritan en silencio el amor que sienten, las ganas que se tienen, la atracción que les une.
"BÉSAME" piden sus ojos.
"Tócame", piden sus manos.
Se quieren. Quieren estar juntos.
Sin embargo, algo se interpone entre ellos, esa barrera dura y fría que hace que sólo se puedan tocar físicamente, que no puedan llegar a conectar como les gustaría.
Ambos sienten lo mismo, pero son incapaces de ver lo que el otro les suplica, de decir lo que sienten.
Sueñan el uno con el otro antes de dormirse, sueñan con ese abrazo en la cama que nunca tendrán. Con ese día feliz que nunca llegará, sueñan, como cada noche, que se atreven a quererse, a ser felices.
Y, como cada noche, se duermen entristecidos por la realidad que acecha tras esa quimera.
Se necesitan, claro que se necesitan, pero son tan inocentes que no son capaces de enfrentarse a ese miedo absurdo que puede hacer que los muros caigan y puedan estar juntos.
Se quieren. Se quieren como no han querido antes a nadie. Cosa de la edad.
"Ya se me pasará" piensan, llorando antes de dormir, como cada noche.