Entrar, como he entrado yo hoy a casa. Cerrar la puerta, dejar que las primeras lágrimas caigan. Lanzar la mochila. Llegar a la habitación, lanzar toda tu ropa a un rincón. Dejar los nudillos contra la pared, entrar al baño desnuda y tirarme al suelo a dejar que las lágrimas salgan. Chillar, llorar, golpear todo. Dejar que todo lo que llevo guardando durante todo el día salga a la luz.
Y que en un momento, algo en mi cabeza cambie y pase del dolor a la frialdad. De llorar por todo, a atacar. Que eso sea capaz de hacerme ser fría como la mirada de un shek, como el escalofrío que recorre mi espalda al ser consciente. Dura, como el metal. Intocable, ya que ese muro se ha vuelto a construir a toda prisa alrededor de mí. Ladrillo tras ladrillo. Ya que ese muro, vuelve a ser imposible de derribar, ya que ese muro se alza entre tú y yo. Cada vez más alta, cada vez más imponente.
Y que en un momento, algo en mi cabeza cambie y pase del dolor a la frialdad. De llorar por todo, a atacar. Que eso sea capaz de hacerme ser fría como la mirada de un shek, como el escalofrío que recorre mi espalda al ser consciente. Dura, como el metal. Intocable, ya que ese muro se ha vuelto a construir a toda prisa alrededor de mí. Ladrillo tras ladrillo. Ya que ese muro, vuelve a ser imposible de derribar, ya que ese muro se alza entre tú y yo. Cada vez más alta, cada vez más imponente.