Y es que no soy capaz de meterme en la cama y no pensar en ti.
Acordarme de cada momento que hemos pasado. De cada segundo que ha pasado entre nosotros.
Acordarme de cuando me despertabas a las 10, abrirte en bragas y que me beses, me beses como si llevaras mucho sin hacerlo, mientras me acorralas contra la pared y dejas tus cosas.
Acordarme de que me cojas en brazos, me digas que estoy preciosa y pongas esa sonrisa tuya que sólo te he visto cuando estamos a solas, mientras no eres capaz de recuperar la respiración. Notar tu corazón acelerado contra mí. Sentir que no eres capaz de apartarte de mí, que sólo eres capaz de besarme, cada vez más, cada vez más rápido, cada vez con más intensidad.
Entonces, decides que es hora de ir hasta mi cama, tumbarnos y dejar que nuestras ganas hagan todo lo demás. Que esas ganas de querernos, de estar cada vez más cerca, lo hagan todo por nosotros.
Perder la noción del tiempo mientras tú estás en mí. No pensar en nada, sólo en ti, en cómo me haces sentir, en cómo me miras, en cuánto te he echado de menos.
Sentir tus uñas clavándose en mi espalda, mientras las mías arañan la tuya. Morderte, morderte con ganas, soltar todo lo que siento en ese mordisco.
Oír tus "te amo, pequeña" aunque en ese momento no me creería nada de lo que me dijeras.
No callarme nada, decirte todo lo que se me pasa por la cabeza en ese momento.
Mirarte la cara, ser feliz al verte feliz.
Odiarte, odiarte por hacerme tan jodidamente feliz mientras tus caderas dejan moratones en mis muslos.
Es increíble todo lo que me haces sentir con el más mínimo gesto.
Terminar, abrazados, sin querer separarnos ni un milímetro.
¿Quererlo a cada instante? Como si no existiera nada más.